Cómo cuidar la inteligencia emocional de nuestros hijos

La Inteligencia emocional, es la capacidad para comprender y gestionar nuestras propias emociones.  Normalmente, escuchamos hablar sobre este tema, como si se tratara de algo que debemos aprender a desarrollar.  Cuando en realidad se trata de todo lo contrario, los niños vienen al mundo con una gran inteligencia emocional que van perdiendo a través de los años.

Los niños, viven muy conectados con sus emociones, y es a través de su manifestación, como se comunican con el mundo exterior.  Conforme van creciendo, disminuye su inteligencia emocional porque aprenden a bloquearlas y a desconectarse de ellas, debido a que es lo que les enseña, una sociedad de adultos desconectados.  Para volver a desarrollar esa capacidad disminuida en la adultez, es necesario hacer un gran trabajo interior.

¿No crees que evitaríamos muchos problemas a nuestros hijos si nos ocupásemos en que no pierdan su inteligencia emocional?

Es curioso que la especie humana, es la única capaz de llorar para exteriorizar emociones.  Un bebé, desde el momento que nace, sabe hacerlo muy bien y con mucho ruido. Podemos llorar por tristeza, rabia, alegría o impotencia. Los científicos, aún no conocen el motivo exacto por el que lloramos, pero están de acuerdo en que es una forma poco amenazante de mostrar nuestras emociones, provocando compasión y empatía.  Al fin y al cabo, somos seres sociales.

Además, el llanto es muy bueno para la salud, en el sentido de que nos permite descargar la tensión de la emoción.  Toda emoción, para que fluya libremente, debe pasar por un ciclo de carga y descarga.  Así como el corazón carga y descarga la sangre, los pulmones cargan y descargan aire, necesitamos cargar y descargar emociones.

Cuando reprimimos el llanto, o cualquier manifestación de una emoción, estamos bloqueando su flujo natural.  Si esto se hace de forma repetida, ocasionamos un bloqueo energético en nuestro cuerpo y una profunda herida emocional inconsciente, que repercutirá de forma muy negativa en nuestras acciones y en nuestro organismo, a lo largo de nuestra vida.

Por la misma razón, es importante y necesario, permitir que los niños descarguen la ira, ya sea golpeando una almohada, aplastando un muñeco de plastilina, saltando, gritando o corriendo.  Deben hacerlo, para que no se enquiste la emoción y no se convierta en resentimiento.  Podemos enseñarles que está bien enfadarse y se puede descargar la emoción, siempre que no sea sobre otra persona.

Asimismo, el miedo, es necesario reconocerlo y entender de dónde proviene, para que podamos dar el apoyo que necesitan nuestros hijos y enfrentar sus miedos adecuadamente, evitando que se conviertan en pánico.  Muchas veces, no le damos importancia a los miedos de nuestros hijos, los minimizamos, sin antes entender lo importante y reales que son para ellos. Esta incomprensión, no hace más que acrecentar en ellos el miedo, y con ello, la inseguridad y la desconfianza.

Por su puesto, que todo esto también aplica para ti.  Debes hacer un trabajo interno para recuperar tu inteligencia emocional y puedas acompañar de manera más efectiva a tus hijos en este proceso.  En primer lugar, tienes que lograr mucha serenidad para poder observar con atención.  Después, puedes comenzar a reconocer y dar nombre a las emociones que sientes, y que sienten tus hijos en cada momento, así como también su grado de intensidad.

Cada emoción que se manifiesta, es un mensaje de la mente inconsciente que debemos aprender a descifrar.  Ellas no surgen porque sí, siempre hay algo que las desencadenan:  una situación, un pensamiento, una creencia…  Bloquear una emoción o sugerir a un niño que está mal manifestar lo que están sintiendo, puede generar un gran conflicto interno, que puede acabar en la negación de sí mismo, culpa, resentimiento, desconexión, indiferencia o insensibilidad. Todo esto, al final se refleja en comportamientos inadecuados y baja autoestima.

Espero que después de esta lectura, cada vez que veas a uno de tus hijos manifestando una emoción, evites intentar detenerle, o cambiar bruscamente su atención a otro tema.  Por el contrario, pregúntate en ese momento ¿cuál es la emoción que está manifestando? ¿Cuál es la necesidad que tiene en estos momentos? ¿Cómo me estoy sintiendo yo? ¿Por qué me siento así? ¿Cómo puedo ayudarle a canalizar la descarga de su emoción? ¿Cómo puedo descargar mi propia emoción sin lastimarlo?

Luego, actúa con empatía para que fluya la descarga emocional.  Esto no se trata de conceder cualquier tipo de capricho, sino de reconocer tu emoción y la de tu hijo, para conectar con profundidad. De este modo, cuando tengas que ser firme con un límite, harás que el niño se sienta comprendido y que entienda que no está mal sentir lo que está sintiendo, aunque no pueda satisfacer su demanda en ese momento.  Verás entonces que, con serenidad, empatía y respeto, tus hijos aceptarán con más facilidad las normas y los límites, al mismo tiempo que crecen emocionalmente sanos y felices.  Esto es educar desde el SER.

Es momento de abandonar las viejas prácticas que no están funcionando en tu relación con tus hijos y tomar las riendas de una educación desde el SER para una educación armónica, donde tus hijos crecerán sanos y felices.

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